martes, 1 de febrero de 2011

Curas e inyectables

Era la cuarta botella de Moet, o la quinta... había perdido ya la cuenta. Cogí una copa que no parecía muy sucia, y comencé de nuevo a saborear el líquido dorado. La música electrónica me taladraba los oídos y el cerebro, pero no podía dejar de bailar, con la copa en una mano, la botella en la otra, los tacones bien ceñidos (benditos Louboutin)  y el vestido un poco desabrochado. Apenas podía enfocar las imágenes. Alguien se acercó y me besó ¿chico?¿chica? qué importaba, sólo quería dejarme llevar.
De repente se acerca otra persona. Si, esta vez era un chico. No muy alto, perfume carísimo, pelo perfectamente peinado hacia un lado, traje de Armani (a pesar del alcohol puedo reconocer el estilo); me coge la mano, me susurra algo al oído. Le doy la botella de Moet y me lleva a otro sitio. La música se oye lejana, el ambiente no está tan cargado. El traje de Armani se acerca mucho, su mano busca la cremallera del vestido, y la encuentra...


-¡Encarnación!¡Encarnación Fernandez pase!
La voz de la enfermera me devuelve a la sala de espera, y apago el ipod. La señora Encarni se levanta con cierta dificultad. Me fascina las cejas pintadas de las señoras mayores, al igual que sus peinados a punto de nieve. Mientras esperan su turno se dedican a relatar su interminable lista de enfermedades y pesares, llegando a la conclusión que: ...es la edad, que tiene estas cosas!
Llevo esperando media hora para que como todos los meses me pinchen para no morir de alergia, para que la espera sea mas corta escucho canciones de LadyGaga y Christina Aguilera.



Lo malo de tanto glamour electrónico es que me hacen soñar mas de la cuenta.

¡Buenos días!